📎 Una sucesión de encuestas revela: las poblaciones rechazan la “normalidad” que ha generado consumismo, destrucción, crisis y catástrofes. Los dueños del mundo quieren forzar el regreso a esta pesadilla. Pero la salida del laberinto tendrá que ser anormal.

Por George Monbiot

Traducción de Simone Paz

En algún lugar del mundo, que no está en ningún mapa, pero que está tentadoramente cerca, hay una tierra prometida llamada Normal, a la que algún día podríamos regresar. Esta es la geografía mágica que nos enseñan ciertos políticos, como Boris Johnson con su «significativo regreso a la normalidad». Es la historia que nos contamos a nosotros mismos, independientemente de si la contradecimos de inmediato, en el siguiente pensamiento.

Hay razones prácticas para creer que Normal es un país imaginario al que nunca podremos volver. El virus no ha desaparecido y probablemente seguirá regresando en oleadas. Pero centrémonos en otra pregunta: si esta tierra existiera, ¿nos gustaría vivir allí?

La investigación sugiere fuertemente que no. Una encuesta realizada por BritainThinks hace quince días descubrió que sólo el 12% de las personas querría que la vida fuera «exactamente como era antes». Otra encuesta, realizada a finales de junio, encargada por la red Bright Horizons, sugiere que solo el 13% de las personas quieren volver a trabajar de la misma forma que antes de la cuarentena. En la misma semana, un estudio de YouGov encontró que solo el 6% desea recuperar el mismo tipo de ahorro que teníamos antes de la pandemia. Otro estudio, realizado en abril por los mismos investigadores, mostró que solo el 9% de los encuestados querían volver a la “normalidad”. Es raro obtener resultados sólidos y consistentes como estos en cualquier otro tema relevante.

Por supuesto, a todos nos gustaría dejar atrás la pandemia, junto con sus devastadores impactos en la salud física y mental, la renovada soledad, el cierre de escuelas y el colapso del empleo. Pero eso no significa que queramos volver al mundo extraño y aterrador que los gobiernos definen como normal. Nuestro planeta no era una tierra encantada, era más un lugar que acumuló varias crisis letales mucho antes de la pandemia. Además de todas nuestras disfunciones políticas y económicas, la normalidad también precipitó la situación más extraña y profunda que jamás haya enfrentado la humanidad: el colapso de nuestros sistemas de vida.

En el último mes, desde el confinamiento de nuestros hogares, hemos visto columnas de humo subir desde el Ártico, donde las temperaturas han alcanzado la aterradora marca de 38ºC. Imágenes apocalípticas como esta se están convirtiendo en el telón de fondo de nuestras vidas. Pasamos por imágenes del fuego consumiendo Australia, California, Brasil, Indonesia, y las normalizamos sin darnos cuenta. En un ensayo brillante a principios de este año, el escritor Mark O’Connell describe este proceso como «el lento truco de nuestra imaginación moral». Nos estamos familiarizando con la crisis de nuestra existencia.

Cuando se retoma la lógica habitual, ocurre lo mismo con la contaminación del aire, que mata a más personas al año que el Covid-19 y aumenta los impactos del virus. El colapso climático y la contaminación del aire son dos aspectos de una disbiosis importante. La disbiosis significa la devastación y el desequilibrio de los ecosistemas. El término es utilizado por los médicos para describir el colapso de nuestros biomas intestinales, pero es igualmente aplicable a todos los sistemas vivos: bosques tropicales, arrecifes de coral, ríos y suelo. Se ha estado disparando a una velocidad vertiginosa, debido al efecto acumulativo de esa «normalidad», que implica una expansión perpetua del consumo.

Este mes, descubrimos que $ 10 mil millones en metales preciosos, como el oro y el platino, se vierten en vertederos cada año, incrustados en decenas de millones de toneladas de materiales más pequeños, en forma de desechos electrónicos. La producción mundial de residuos electrónicos aumenta un 4% anual. Y ese crecimiento está impulsado por otra regla terrible: la obsolescencia programada. Nuestros dispositivos están diseñados para romperse; están deliberadamente planeados para no ser reparados. Esta es una de las razones por las que un teléfono inteligente común, que contiene materiales preciosos extraídos a un alto costo ambiental, dura solo entre dos y tres años; y una impresora doméstica durará un promedio de cinco horas y cuatro minutos antes de ser desechada

El mundo viviente y las personas que transporta no pueden sostener este nivel de consumo, pero la vida normal depende de ello. El efecto en cascada de esta disbiosis nos lleva a lo que algunos científicos advierten que puede ser un colapso sistémico global.

En este sentido, los resultados de la investigación también son claros: no queremos volver a esta locura. Una encuesta de YouGov sugiere que ocho de cada diez personas esperan que el estado dé prioridad a la salud y el bienestar sobre el crecimiento económico durante la pandemia. A seis de cada diez les gustaría que se mantuviera así cuando (o si) el virus cede. Una encuesta de Ipsos arrojó un resultado similar: el 58% de los británicos apunta a una recuperación económica verde, contra el 31% que no está de acuerdo. Como ocurre con todas estas encuestas, Gran Bretaña se encuentra al final de la lista. En general, cuanto más pobre es la nación, mayor es el peso que su gente otorga a los problemas ambientales. En China, en la misma encuesta, las proporciones son 80% y 16%, respectivamente; y en India, 81% y 13%. Cuanto más consumimos, más se atrofia nuestra imaginación moral

Pero los gobiernos están decididos a llevarnos de regreso a la hipernormalidad, independientemente de nuestros deseos. Esta semana, el secretario de Medio Ambiente del Reino Unido, George Eustice, ha señalado que planea poner fin al sistema de análisis medioambiental. La propuesta del gobierno de puertos «libres», en los que se suspenderían impuestos y regulaciones, no solo permite el fraude y el lavado de dinero, sino que también expone los humedales y pantanos circundantes, junto con la rica vida silvestre que albergan, a destrucción y contaminación. El acuerdo comercial que el gobierno planea alcanzar con los Estados Unidos podría anular nuestra soberanía parlamentaria y extinguir nuestros estándares ambientales, sin ningún consentimiento público.

Así como nunca hubo un ser humano normal, nunca hubo un tiempo normal. La normalidad es un concepto que se utiliza para limitar nuestra imaginación moral. No hay normalidad a la que podamos volver, ni desear volver. Vivimos en tiempos inusuales. Y exigen una respuesta igualmente inusual.

Fuente: Outras Palavras

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